La ‘solución española’ para la ciencia
Ya se dijo que ser científico en España era como si toreros vestidos de luces se pasearan por Londres. Aún y así, la ciencia española ha tenido grandes nombres, aunque muchos sean desconocidos. Los mayores frutos de la investigación científica se suelen obtener de sucesivas generaciones de científicos que crean escuela y acumulan metodología y conocimiento hasta alcanzar un lugar destacado dentro de una determinada especialidad. Los pequeños periodos de esplendor de la Ciencia y la Tecnología en España han sido aislados en el espacio y en el tiempo (Elhúyar, Cajal, Cabrera, Echegaray, Monturiol, Peral, de la Cierva, Torres Quevedo), muy lejos de una dilatada y constante tradición de muchos países europeos. Y es que la investigación científica ha sido y es un lujo prescindible en nuestro país.
Nunca se ha conseguido un pacto político por la Ciencia para que se le destine un flujo más o menos estable de recursos. La realidad es que se sufren los bandazos de las sucesivas crisis y se procrastina el eterno objetivo del 2% del PIB, que aún nos mantendría por detrás de países mucho más pequeños que el nuestro. No son situaciones del pasado: hace bien pocos años se pretendió aniquilar al CSIC, el mayor organismo español de investigación científica, que llegó a ser el noveno del mundo en 2012. Afortunadamente, este organismo nacido hace 80 años ha conseguido una excelente imagen pública ganada a pulso por la rigurosidad del trabajo de investigación realizado y el tesón en su labor. Pese a la ideología con que fue creado, lastrando la ajenidad ideológica de la ciencia, sus investigadores lograron recuperar el espíritu original de la universalidad del conocimiento científico que inspirara la creación de la Junta de Ampliación de Estudios en 1907 de la que, por tanto, es justa heredera. En los breves años de su existencia elevó la presencia de España en el ámbito científico como ahora de nuevo ha logrado establecer el CSIC.
Su estructura organizativa y su posición en la Administración ha sido siempre problemática. Aunque el CSIC es muy competitivo en la captación de recursos en convocatorias nacionales e internacionales, e incluso procedentes de fondos privados, de ninguna manera podría subsistir sin un apoyo público que también garantice su independencia. La investigación es una actividad altamente competitiva donde el campo de juego es planetario, ya que el conocimiento no tiene hoy fronteras. Ello exige una gestión muy ágil imposible en la anquilosada estructura de la Administración Pública. Los sucesivos marcos legales sufridos, desde Organismo Autónomo hasta la privatizadora pretensión de convertirlo en un Ente Público Empresarial, pasando por la ya obsoleta estructura -por no ser suficientemente ágil- de Agencia, todos se han demostrado inadecuados para el CSIC. Los trasnochados corsés regulatorios nunca han encontrado un marco adecuado para un organismo que necesita a la vez apoyo público y agilidad en su gestión.
Es quizá poco conocido que el CSIC es lo que es gracias a un esfuerzo personal a todos los niveles (administrativos, gestores, técnicos, becarios y científicos), muy vocacional, con dedicaciones a menudo muy por encima de las exigibles. No es desmesurado decir que el CSIC goza de un elevado prestigio y productividad pese a sus notables limitaciones estructurales. Cabe destacar en este sentido que la discreta autonomía de los centros e institutos se demuestra como un gran valor. El CSIC sigue en posición incierta con un contrato de gestión que nunca llegó a aprobarse y en una fase difícil de asimilación de los otros OPI que sólo debería acabar con una ley ad hoc para un CSIC focalizado en la investigación, con una gestión ágil y dinámica y no lastrada por una burocracia que si podría tener algún sentido en actividades administrativas es más que una rémora que entorpece la investigación.
Pese a ello, analizando los precedentes, lo esperable es que ojalá pueda seguir su trayectoria y logre una vez más superar estas barreras de incomprensión con la que es tratada en el marco de la Administración. Por ello la propuesta en curso de empezar a precarizar a su personal fuera de un marco estable no sólo no es, de ninguna manera, una iniciativa positiva, sino que es algo que contribuye a estimular la emigración de los jóvenes investigadores, cuanto más valiosos más arrojados, a emigrar de un país que no promueve la investigación, sino que la obstaculiza. Se trata de un proyecto incomprensible de puro irracional si lo comparamos, con otros funcionarios del Estado, por ejemplo, jueces o militares con un sistema de selección previa acreditando en muy menor grado su capacidad laboral y exigencias curriculares y de titulación, ya que sólo se les exige ser licenciados y no doctores, lo que implica no menos de cuatro años más de trabajo previos a la oposición. A nadie se le ocurre plantear la precarización de estos sectores.
El desinterés, fruto de la ignorancia que demuestran tener los políticos respecto de la naturaleza propia de la investigación, nos hace temer que el país va a seguir sufriendo los futuros bandazos político-económicos a los que estamos acostumbrados y que a la larga sólo entorpecen una mayor competitividad y productividad y a los que los científicos tratamos de oponernos con todos nuestros medios. ¿Cómo pueden ignorar los políticos que todo lo que les rodea no existía cuando nacieron, fruto de la ciencia y la tecnología? ¿Cómo no se dan cuenta de la potencia que tiene la investigación científica? Quemando etapas varios centros han logrado varias vacunas en pocos meses con los que afrontar una pandemia cuyo coste económico es incalculable, e imposible de valorar el coste en vidas humanas e infelicidad general.
El CSIC está en segunda fila, pero con varios proyectos de vanguardia. Es una proeza si comparamos los ridículos recursos que les permite una sociedad que ve la investigación científica como un gasto y no la más productiva de las inversiones -crea el conocimiento que no existe-, únicamente situada por detrás del campo de la docencia, que en 15 años convierte a un analfabeto en un científico, que crea riqueza, un ingeniero que nos hace la vida fácil, un médico que nos salva la vida o en un juez que reconoce nuestros derechos.
Nuestra asociación defiende la actividad científica y su personal desde los inicios del mismo CSIC y siempre ha reivindicado el establecimiento de carreras técnicas y científicas claras y competitivas que garanticen el acceso y promoción de los mejores. Actualmente la Secretaría de Estado pretende la precarización de las carreras como un objetivo incomprensible del que no emerge ningún beneficio. Con mayor o menor volumen de financiación, el CSIC ha podido mantener su posición gracias a su personal compitiendo con éxito en Europa y en otros foros con los mejores del mundo privado, incluso sin el apoyo administrativo necesario, y se ha visto obligado a hacer malabares porque, con lo que disponía, no tendría posibilidad de trabajar. Los previsibles, aunque indeseables futuros bandazos con un personal precarizado son una espada de Damocles que, si deja de ser una amenaza y se convierte en realidad, eliminaría la resiliencia del CSIC. Y sorprendentemente esto sucede en una etapa en la que estamos descubriendo que la ciencia y el conocimiento están siendo más claves que nunca frente a los enormes retos que están surgiendo y que ponen en riesgo nuestra supervivencia.
Epimeteo, el que abrió la caja de Pandora, actúa antes de pensar; Prometeo, el que trajo el fuego para el progreso de la humanidad, piensa antes de actuar. Esperemos que nuestros epimeteicos políticos decidan ser prometeicos.
Elies Molins, API-CSIC, abril 2021
Asociación de Personal Investigador CSIC - www.apicsic.org
Nota: quiero agradecer explícitamente las sugerencias recibidas de nuestro expresidente, Alfonso Vázquez.